miércoles, 31 de octubre de 2018

Miguel Ríos, profeta en su tierra


El Gobierno de la Junta de Andalucía ha distinguido a Miguel Ríos como Hijo Predilecto, el máximo galardón que otorga la Comunidad Autónoma con motivo del día de su festividad, el 28 de febrero. Esta no es la primera vez que se reconoce su trabajo y se le premia por su dilatada y exitosa carrera, tanto en su querida tierra como fuera de ella. Ya que, el, entre otros, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 1993 y ganador de un Grammy Latino a la Excelencia Musical en 2013, recibió la Medalla de Oro de su ciudad, Granada, en 1987, así como la de Andalucía en 2002, además de ser nombrado Hijo Predilecto de la provincia granadina en 2007.

Méritos no le faltan, que dirían sus seguidores más fieles. Y aunque también tiene sus detractores, hay que valorar su papel como leyenda viva de la historia del rock and roll en España, donde ha sido un pionero en muchos aspectos de la industria musical. Un negocio en el que entraba siendo un chaval de 16 años, cuando gana un concurso de jóvenes talentos en Radio Granada –Cenicienta 1960- y llama la atención de la discográfica Philips. Así que dejó su puesto de dependiente en el departamento de discos de unos grandes almacenes de su ciudad natal para marcharse a grabar a Madrid y convertirse en una estrella.

Allí fue bautizado como Mike Ríos, ‘el Rey del Twist’, registrando varios singles y EP’s en solitario, cantando junto a Los Relámpagos y actuando en las míticas matinales del Circo Price, hasta erigirse en un ídolo rockero que triunfaba interpretando versiones de temas extranjeros de moda. No obstante, siempre luchó por hacer lo que quería en cada momento, aún teniéndose que enfrentar a las compañías para las que trabajaba. Una vez en Hispavox, desde 1968, gozó de más libertad en sus decisiones y grabó temas propios, como Vuelvo a Granada o El río –compuesta por Fernando Arbex-, que fueron sus éxitos iniciales.

Pero el gran boom internacional llegaría en 1969, cuando publica el Himno a la alegría, una adaptación del Cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven, dirigida y arreglada por Waldo de los Ríos. Con ella alcanza el nº1 en España y en otros países de Sudamérica. Esto provocó que, al año siguiente, se editara una versión anglosajona del tema y un LP con algunas canciones suyas en inglés, A song of joy, que fue lanzado en Norteamérica por el sello A&M Records. Despachó millones de copias en todo el mundo y ocupó los puestos más altos en las listas de ventas de Estados Unidos, Holanda, Canadá, Reino Unido, Alemania, Japón o Francia, entre otros.

Poco después, el músico pone en marcha una innovadora aventura. En 1972, con los Conciertos de rock y amor, desplegaba sobre los escenarios una infraestructura hasta entonces inédita en nuestro país, con una destacada presencia de material audiovisual formando parte del espectáculo. De esta gira salió la publicación de un álbum, considerado como uno de los primeros discos en directo del rock and roll nacional.

Sin embargo, esta década estaría marcada por la experimentación y el riesgo. Después de haber pasado una temporada recorriendo Estados Unidos, vuelve con una mentalidad diferente y habiendo aprendido nuevos conceptos sobre las últimas tendencias musicales, que se reflejan en una trilogía de álbumes algo incomprendidos y rompedores para la época, aunque influyentes en un futuro no muy lejano: Memorias de un ser humano (HIspavox, 1974), La huerta atómica (Polydor, 1976) y Al-Ándalus (Polydor, 1977).

En 1978 Miguel Ríos se adelanta otra vez a su tiempo. Y es que el show que llevará a escena está hoy en día muy de actualidad. Una marca de ropa cuyo objetivo es el público joven –vaqueros Red box- patrocina un festival itinerante en el que actúan las figuras más representativas del momento (Triana, Tequila...). Se trata de La noche roja, donde por primera vez se dispone de equipos de sonido e iluminación foráneos.

Foto: Carlos Delgado, 2010
Esto serviría de avance para los baños de masas que recibió el artista granadino durante los 80, donde introdujo el rock en los grandes estadios. En 1982 se editaba el doble LP Rock & Ríos (Polydor), con unas cifras de ventas extraordinarias, dando paso a una multitudinaria gira que se recordará como uno de los momentos más emblemáticos de la música en nuestro país. Más allá de lo estrictamente musical, el evento se convirtió en un fenómeno social, con canciones elevadas a himnos generacionales y con una espectacular puesta en escena.

Su continuación fue El rock de una noche de verano (Polydor, 1983) y, a pesar de la notoria repercusión, Miguel Ríos siguió reinventándose en su búsqueda por ofrecer nuevas posibilidades en los directos, como ocurrió con Rock en el ruedo (1985), su apuesta por integrar un escenario en las plazas de toros.

Eso sí, una vez que se llega al pico más alto es imposible superarlo, así que la popularidad del músico va disminuyendo lentamente, aunque no por eso, carezca de brillantes trabajos -Miguel Ríos (Polydor, 1989) o El gusto es nuestro (Ariola, 1996), junto con Ana Belén, Víctor Manuel y Joan Manuel Serrat-. Comenzaba otro período, de madurez, con distintas inquietudes y proyectos diferentes, como actuar con una big band en 1998 o realizar discos con influencias de otros géneros -swing, jazz o blues-, como en el álbum 60 mp3 (Rock & Rios Records, 2004).

Con su energía tan característica sobre las tablas, que mantuvo hasta su última aparición en directo, Miguel Ríos anunciaba que se retiraba en 2011, justo cuando cumplía 50 años de carrera. Aunque la jubilación no va con él, porque durante año y medio ha estado escribiendo su autobiografía, Cosas que siempre quise contarte (Editorial Planeta), publicada en 2013. Un documento imprescindible para conocer su trayectoria que, además, llegó acompañada de un tema inédito para promocionarla, de idéntico título a sus memorias.



Artículo publicado originalmente en la web de Papel de Periódico el 27 de febrero de 2014.

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