El
Gobierno de la Junta de
Andalucía ha distinguido a
Miguel Ríos
como Hijo Predilecto,
el máximo galardón que otorga la Comunidad Autónoma con motivo del
día de su festividad, el 28 de febrero. Esta no es la primera vez
que se reconoce su trabajo y se le premia por su dilatada y exitosa
carrera, tanto en su querida tierra como fuera de ella. Ya que, el,
entre otros, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 1993 y
ganador de un Grammy Latino a la Excelencia Musical en 2013, recibió
la Medalla de Oro de su ciudad, Granada, en 1987, así como la de
Andalucía en 2002, además de ser nombrado Hijo Predilecto de la
provincia granadina en 2007.
Méritos
no le faltan, que dirían sus seguidores más fieles. Y aunque
también tiene sus detractores, hay que valorar su papel como leyenda
viva de la historia del rock and roll en España, donde ha sido un
pionero en muchos aspectos de la industria musical. Un negocio en el
que entraba siendo un chaval de 16 años, cuando gana un concurso de
jóvenes talentos en Radio Granada –Cenicienta 1960- y llama la
atención de la discográfica Philips. Así que dejó su puesto de
dependiente en el departamento de discos de unos grandes almacenes de
su ciudad natal para marcharse a grabar a Madrid y convertirse en una
estrella.
Allí
fue bautizado como Mike
Ríos,
‘el Rey del Twist’,
registrando varios singles y EP’s en solitario, cantando junto a
Los Relámpagos y actuando en las míticas matinales del Circo Price,
hasta erigirse en un ídolo rockero que triunfaba interpretando
versiones de temas extranjeros de moda. No obstante, siempre luchó
por hacer lo que quería en cada momento, aún teniéndose que
enfrentar a las compañías para las que trabajaba. Una vez en
Hispavox, desde 1968, gozó de más libertad en sus decisiones y
grabó temas propios, como Vuelvo a Granada o El
río –compuesta por
Fernando Arbex-, que fueron sus éxitos iniciales.
Pero
el gran boom internacional llegaría en 1969, cuando publica el Himno
a la alegría, una
adaptación del Cuarto
movimiento de la Novena
Sinfonía de
Beethoven, dirigida y
arreglada por Waldo de los
Ríos. Con ella alcanza el
nº1 en España y en otros países de Sudamérica. Esto provocó que,
al año siguiente, se editara una versión anglosajona del tema y un
LP con algunas canciones suyas en inglés, A
song of joy, que fue
lanzado en Norteamérica por el sello A&M
Records. Despachó millones
de copias en todo el mundo y ocupó los puestos más altos en las
listas de ventas de Estados Unidos, Holanda, Canadá, Reino Unido,
Alemania, Japón o Francia, entre otros.
Poco
después, el músico pone en marcha una innovadora aventura. En 1972,
con los Conciertos de
rock y amor, desplegaba
sobre los escenarios una infraestructura hasta entonces inédita en
nuestro país, con una destacada presencia de material audiovisual
formando parte del espectáculo. De esta gira salió la publicación
de un álbum, considerado como uno de los primeros discos en directo
del rock and roll nacional.
Sin
embargo, esta década estaría marcada por la experimentación y el
riesgo. Después de haber pasado una temporada recorriendo Estados
Unidos, vuelve con una mentalidad diferente y habiendo aprendido
nuevos conceptos sobre las últimas tendencias musicales, que se
reflejan en una trilogía de álbumes algo incomprendidos y
rompedores para la época, aunque influyentes en un futuro no muy
lejano: Memorias de un ser
humano (HIspavox, 1974), La
huerta atómica (Polydor, 1976) y
Al-Ándalus (Polydor, 1977).
En
1978 Miguel Ríos se adelanta otra vez a su tiempo. Y es que el show
que llevará a escena está hoy en día muy de actualidad. Una marca
de ropa cuyo objetivo es el público joven –vaqueros Red box-
patrocina un festival itinerante en el que actúan las figuras más
representativas del momento (Triana, Tequila...). Se trata de La
noche roja, donde por
primera vez se dispone de equipos de sonido e iluminación foráneos.
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Foto: Carlos Delgado, 2010 |
Esto
serviría de avance para los baños de masas que recibió el artista
granadino durante los 80, donde introdujo el rock en los grandes
estadios. En 1982 se editaba el doble LP Rock
& Ríos (Polydor), con unas
cifras de ventas extraordinarias, dando paso a una multitudinaria
gira que se recordará como uno de los momentos más emblemáticos de
la música en nuestro país. Más allá de lo estrictamente musical,
el evento se convirtió en un fenómeno social, con canciones
elevadas a himnos generacionales y con una espectacular puesta en
escena.
Su
continuación fue El rock de
una noche de verano (Polydor, 1983) y, a pesar de la notoria repercusión, Miguel Ríos siguió
reinventándose en su búsqueda por ofrecer nuevas posibilidades en
los directos, como ocurrió con Rock
en el ruedo (1985),
su apuesta por integrar un escenario en las plazas de toros.
Eso
sí, una vez que se llega al pico más alto es imposible superarlo,
así que la popularidad del músico va disminuyendo lentamente,
aunque no por eso, carezca de brillantes trabajos -Miguel
Ríos (Polydor, 1989) o El
gusto es nuestro (Ariola, 1996), junto con Ana Belén, Víctor Manuel y Joan Manuel Serrat-.
Comenzaba otro período, de madurez, con distintas inquietudes y
proyectos diferentes, como actuar con una big band en 1998 o realizar
discos con influencias de otros géneros -swing, jazz o blues-, como
en el álbum 60 mp3 (Rock & Rios Records, 2004).
Con
su energía tan característica sobre las tablas, que mantuvo hasta
su última aparición en directo, Miguel Ríos anunciaba que se
retiraba en 2011, justo cuando cumplía 50
años de carrera. Aunque la
jubilación no va con él, porque durante año y medio ha estado
escribiendo su autobiografía, Cosas
que siempre quise contarte (Editorial Planeta),
publicada en 2013. Un documento imprescindible para conocer su
trayectoria que, además, llegó acompañada de un tema inédito para
promocionarla, de idéntico título a sus memorias.
Artículo publicado originalmente en la web de Papel de Periódico el 27 de febrero de 2014.
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