Este
fin de semana se ha celebrado la quincuagésimo octava edición del
Festival de la Canción de Eurovisión en Malmö, Suecia. Un certamen
algo desvirtuado por el sistema de puntuaciones, que suelen otorgarse
por proximidad geográfica o por intereses políticos de los países
participantes, a lo que hay que sumar el voto de los eurofans. Con
este panorama es normal que la calidad de las canciones brillen por
su ausencia y el poco interés se centre en otros aspectos menos
musicales y más comerciales.
El
año pasado marcó un punto de inflexión la victoria de la sueca
Loreen con Euphoria.
No es que sea una gran canción pero sí es bailable y pegadiza,
tanto que se ha convertido en un enorme éxito de ventas y de las que
más rédito ha conseguido en la historia del festival, por lo que la
apuesta resultó un gran acierto económico para los que estaban
detrás de la estrategia.
Esta
cita ha estado marcada por la predominancia del inglés como idioma
de los temas, con muchos baladones insulsos con el amor como
protagonista y la cuota habitual de frikis que intentan enmascarar
sus malas canciones con una propuesta fastuosa en el escenario.
También desde la organización se ha hecho un despliegue importante
de medios para que el desarrollo de la gala se convierta en un
espectáculo de luces y efectos, acompañados por una serie de
sketches humorísticos que hicieran más amena la noche aunque dudo
mucho que provocaran alguna sonrisa en algún país.
La
ganadora ha sido la representante de Dinamarca, Emmelie de Forest,
que como se preveía en las apuestas ha arrasado en la puntuación
final. Aunque la joven tiene buena voz, su tema, Only
Teardrops, no deja de ser
el prototipo de canción festivalera, con estribillo tarareable,
carne de radiofórmula y aspirante a canción del verano. Poco más.
Estamos
con lo de siempre, ¿a quién llevar para representar a tu país si
el certamen no ofrece garantías de prestigio? Se puede contar con
gente joven, fresca y alegre que sean relanzados o hundidos para
siempre, o por artistas consagrados que a priori puedan dar un toque
de calidad. Pero esto no ofrece seguridad. El ejemplo ha sido la
galesa Bony Tyler. Ya no está para estos trotes, su voz nada tiene
que ver con la que la hizo superventas en los años 80 y, aunque
resolvió con tablas la papeleta, su baja puntuación y un puesto 19
de 26, es un fracaso. Lo mismo ha pasado con Armenia, que confió al
componente de Black Sabbath, Tony Iommi, la canción para su
participación este año. Pues tampoco era un gran tema y sus
intérpretes no le hicieron un favor para mejorarla.
De
las pocas excepciones que observé y que no han sido bien tratadas
por los votos (qué más da, si poca relación tienen calidad-puntos)
los griegos, divertidos y amenos con el ska de Alcohol
is free, el acercamiento al
rock de la francesa Amandine Bourgeois y las voces de las
participantes de los Países Bajos y Noruega. Escaso bagaje entre
tantas propuestas.
Y
del representante de TVE, ¿qué decir? Pues lo que se esperaba. La
canción no daba para más. Un fiasco estrepitoso que ya las apuestas
la situaban en esas posiciones de cola. El sueño de Morfeo y su
Contigo hasta el final
parecían presagiar el descalabro. Lástima la inclusión de la gaita
y que se relacionara el folk tradicional del norte con semejante
bodrio. Y no sigo ensañándome. A su favor, decir que según lo
visto, había serios candidatos para disputarle esos últimos
puestos, así que, si gozásemos de más apoyo en Europa en los
últimos tiempos, tal vez hubiese escalado algunas posiciones, porque
sinceramente, había muchas canciones que estaban a la altura de la
de España y no en sentido positivo.
En
un año en el que la crisis ha hecho mella y algunos países han
decidido retirarse del festival, España sigue siendo de los que más
fondos aporta a la Unión Europea de Radiodifusión y por eso Raquel
del Rosario y su grupo han llegado directamente a la final…¿Y qué
le vamos a hacer? Me parece ya absurdo el debate de si hay que ir o
no, de cuál es la fórmula para ganar o, a lo sumo, terminar en una
posición digna. Creo que hay que ser conscientes de que el Festival
de Eurovisión es una tradición, que tuvo un pasado respetable y que
ya no tiene casi prestigio, por lo tanto, lo más sensato es elegir a
alguien que, al menos, no nos haga sentir vergüenza y pasar
desapercibidos tanto para lo bueno como para lo malo.
Artículo inédito escrito para la web de Papel de Periódico en mayo de 2013.
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