jueves, 18 de octubre de 2018

Eurovisión 2013, pocos 'points'


Este fin de semana se ha celebrado la quincuagésimo octava edición del Festival de la Canción de Eurovisión en Malmö, Suecia. Un certamen algo desvirtuado por el sistema de puntuaciones, que suelen otorgarse por proximidad geográfica o por intereses políticos de los países participantes, a lo que hay que sumar el voto de los eurofans. Con este panorama es normal que la calidad de las canciones brillen por su ausencia y el poco interés se centre en otros aspectos menos musicales y más comerciales.

El año pasado marcó un punto de inflexión la victoria de la sueca Loreen con Euphoria. No es que sea una gran canción pero sí es bailable y pegadiza, tanto que se ha convertido en un enorme éxito de ventas y de las que más rédito ha conseguido en la historia del festival, por lo que la apuesta resultó un gran acierto económico para los que estaban detrás de la estrategia.

Esta cita ha estado marcada por la predominancia del inglés como idioma de los temas, con muchos baladones insulsos con el amor como protagonista y la cuota habitual de frikis que intentan enmascarar sus malas canciones con una propuesta fastuosa en el escenario. También desde la organización se ha hecho un despliegue importante de medios para que el desarrollo de la gala se convierta en un espectáculo de luces y efectos, acompañados por una serie de sketches humorísticos que hicieran más amena la noche aunque dudo mucho que provocaran alguna sonrisa en algún país.

La ganadora ha sido la representante de Dinamarca, Emmelie de Forest, que como se preveía en las apuestas ha arrasado en la puntuación final. Aunque la joven tiene buena voz, su tema, Only Teardrops, no deja de ser el prototipo de canción festivalera, con estribillo tarareable, carne de radiofórmula y aspirante a canción del verano. Poco más.

Estamos con lo de siempre, ¿a quién llevar para representar a tu país si el certamen no ofrece garantías de prestigio? Se puede contar con gente joven, fresca y alegre que sean relanzados o hundidos para siempre, o por artistas consagrados que a priori puedan dar un toque de calidad. Pero esto no ofrece seguridad. El ejemplo ha sido la galesa Bony Tyler. Ya no está para estos trotes, su voz nada tiene que ver con la que la hizo superventas en los años 80 y, aunque resolvió con tablas la papeleta, su baja puntuación y un puesto 19 de 26, es un fracaso. Lo mismo ha pasado con Armenia, que confió al componente de Black Sabbath, Tony Iommi, la canción para su participación este año. Pues tampoco era un gran tema y sus intérpretes no le hicieron un favor para mejorarla.

De las pocas excepciones que observé y que no han sido bien tratadas por los votos (qué más da, si poca relación tienen calidad-puntos) los griegos, divertidos y amenos con el ska de Alcohol is free, el acercamiento al rock de la francesa Amandine Bourgeois y las voces de las participantes de los Países Bajos y Noruega. Escaso bagaje entre tantas propuestas.

Y del representante de TVE, ¿qué decir? Pues lo que se esperaba. La canción no daba para más. Un fiasco estrepitoso que ya las apuestas la situaban en esas posiciones de cola. El sueño de Morfeo y su Contigo hasta el final parecían presagiar el descalabro. Lástima la inclusión de la gaita y que se relacionara el folk tradicional del norte con semejante bodrio. Y no sigo ensañándome. A su favor, decir que según lo visto, había serios candidatos para disputarle esos últimos puestos, así que, si gozásemos de más apoyo en Europa en los últimos tiempos, tal vez hubiese escalado algunas posiciones, porque sinceramente, había muchas canciones que estaban a la altura de la de España y no en sentido positivo.

En un año en el que la crisis ha hecho mella y algunos países han decidido retirarse del festival, España sigue siendo de los que más fondos aporta a la Unión Europea de Radiodifusión y por eso Raquel del Rosario y su grupo han llegado directamente a la final…¿Y qué le vamos a hacer? Me parece ya absurdo el debate de si hay que ir o no, de cuál es la fórmula para ganar o, a lo sumo, terminar en una posición digna. Creo que hay que ser conscientes de que el Festival de Eurovisión es una tradición, que tuvo un pasado respetable y que ya no tiene casi prestigio, por lo tanto, lo más sensato es elegir a alguien que, al menos, no nos haga sentir vergüenza y pasar desapercibidos tanto para lo bueno como para lo malo.

Artículo inédito escrito para la web de Papel de Periódico en mayo de 2013.

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