jueves, 25 de octubre de 2018

El primer grito de guerra del rock ‘n’ roll


Tercero de doce hermanos de una familia muy religiosa, Richard Wayne Penniman comenzó a tocar el piano y a cantar góspel en el coro de la Iglesia Adventista de la que su padre era sacerdote. Esa música era la única que le permitían escuchar aunque el joven Little Richard deseaba explorar otros sonidos no muy bien vistos por la sociedad de la época. Esto, unido a su homosexualidad, dio lugar a que las diferencias con su progenitor fuesen insalvables y decidiera dejar el instituto para marcharse de casa a los 15 años.

Richard desempeñó distintos oficios para ganarse la vida mientras llegaba la oportunidad de dedicarse profesionalmente a la música. Recorrió pueblos en un carro junto a un curandero para actuar en sus 'medicine shows’ -Espectáculos muy habituales en las zonas rurales del sur y oeste de Estados Unidos durante el S.XIX y principios del XX, en los cuales, falsos médicos y curanderos vendían sus pociones milagrosas mientras amenizaban a los posibles clientes con números cómicos y musicales ofrecidos desde un carro a modo de escenario- y pasó por los escenarios de numerosos locales y salas hasta que, en 1949, Johnny y Ann Johnson, un matrimonio que regentaba el club Tick Tock en su Macon natal -en el estado de Georgia-, lo acogieron y le permitieron desarrollar allí su talento musical.

Tras ganar un concurso local en 1951, grabó ocho sencillos de blues y R&B con Camden Records, una subsidiaria de RCA que, sin embargo, no obtuvieron gran repercusión. Poco a poco iba absorbiendo influencias de cantantes como Billy Wright –del que tomó su llamativa forma de vestir, el peinado, con gran tupé, y el maquillaje- o del músico Esquerita, del que aprendió la manera tan enérgica de tocar el piano. A finales de 1953 ficharía por el sello Peacock, con el que editó algunos singles al año siguiente. Seguía sin alcanzar notoriedad en el panorama discográfico pero comenzaba a dar muestras de sus cualidades e intenciones: canciones de un rhythm and blues acelerado, característica con la que definió más tarde el rock and roll.

Desanimado porque su carrera musical no despegaba, volvió a trabajar en otros menesteres, esta vez, lavando platos en la estación de autobuses de su ciudad. No obstante, le recomendaron enviar algunas de sus grabaciones a Specialty Records, propiedad de Art Rupe. El sello angelino estaba buscando su particular Ray Charles y tras seis meses de espera, finalmente se decidieron, compraron el contrato a Peacock Records y ficharon a Little Richard.

Se dirigió hasta los estudios J&M de Cosimo Matassa en Nueva Orleans, donde solían registrar sus canciones los artistas de la compañía, y con la producción de Robert ‘Bumps’ Blackwell, comenzaron las sesiones de grabación. A Richard le encantaba el sonido de Fats Domino, así que en Specialty se encargaron de contratar a algunos de los músicos de su orquesta. Las primeras tomas no funcionaron, pero durante un descanso, Richard se puso a improvisar con el piano y a cantar una letra que tenía en mente desde sus tiempos de lavaplatos. A ella añadió palabras sueltas, onomatopeyas que iban siguiendo el ritmo que le dictaba su cabeza, como si de un redoble de tambor se tratara… A-wop-bop-a-loo-bop-a-lop-bam-boom”“¡Exacto, eso es lo que necesitamos!”, exclamó Blackwell.

Pero algo no terminaba de gustar a los responsables de la discográfica. La letra era obscena y sexualmente muy explícita, por lo que tendría dificultades para pasar la censura y convertirse en el ansiado éxito que perseguía Little Richard: “Tutti frutti, good booty / if it don’t fit, don’t force it / you can grease it, make it easy”. Algo así como “Tutti frutti (una alusión a los gays), buen culito / si no entra, no lo fuerces / puedes engrasarlo, hazlo fácil”.

De este modo, se le encarga a la compositora Dorothy LaBostrie reescribir el tema para que incluya frases menos escandalosas. En poco tiempo la tiene finalizada y en unos quince minutos, Little Richard registra la canción: Tutti frutti. La pieza nunca se grabaría con aquella letra original, así que el resultado fue tal y como lo conocemos hoy. Era el 14 de septiembre de 1955 y la primera referencia del artista en Specialty era publicada en noviembre. A últimos de mes ya había entrado en las listas de R&B de Estados Unidos y más tarde llegaba al top 20 de Billboard y al 30 en el Reino Unido, aunque dos años después, como cara B de Long tall Sally.


Tutti frutti fue el primer gran éxito de la extensa carrera de Richard. Uno de los temas más relevantes de la historia del rock and roll, que sonó incansablemente en las emisoras de radio de ambos lados del Atlántico y que después fue versionado por Pat Boone o Elvis Presley, entre otros. Fue una pieza más en el entramado del nuevo estilo musical que se estaba fraguando y que iba a revolucionar la sociedad norteamericana de mediados del siglo XX.

Little Richard, el autoproclamado ‘Arquitecto del rock’, hizo que los espectadores alucinaran con su extravagante puesta en escena, sus desgarradores alaridos, la vibrante forma de tocar el piano y el ritmo vertiginoso que imprimía a sus canciones. Y todo ello, aderezado con unas letras muy picantes. Provocativo, incorrecto y de vida disoluta –que abandonó en algunos períodos para abrazarse a la fe religiosa-, el ‘Melocotón de Georgia’ acaba de cumplir 81 años y ha interpretado sus clásicos sobre el escenario hasta hace poco tiempo. Sin embargo, su delicada salud le ha hecho aparecer en menos ocasiones de las deseadas, hasta que finalmente, en septiembre, anunciaba que se retiraba de la música. “Estoy acabado”, dijo.


Artículo publicado originalmente en la web de Papel de Periódico el 5 de diciembre de 2013.

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