jueves, 15 de noviembre de 2018

‘El futuro ya está aquí’, de Jesús Ordovás


Como si de una especie de diario personal se tratase, el periodista y crítico musical Jesús Ordovás relata en El futuro ya está aquí (Huerga y Fierro editores, 2014) algunas de sus experiencias vitales y profesionales de finales de los 60 y, sobre todo, durante la década de los setenta. Las vivencias de un apasionado de la música, por aquel entonces estudiante de Ciencias Políticas, necesitado de unos estímulos culturales que su país no le ofrece y que está dispuesto a encontrar en otros lugares para narrarlos de primera mano.

Quería ser, según manifiesta en el libro, como el Jack Kerouac de On the road (novela publicada en 1957) pero a la europea. De esta forma, desgrana sus peripecias en los distintos viajes que realizará durante aquellos años. París, Ámsterdam, un breve paso por Estocolmo, Rotterdam o Londres son algunos de los destinos que visita durante los primeros setenta, donde aprovecha para adquirir discos, libros, revistas, asistir a conciertos y ver películas y documentales que, o bien no se habían estrenado en España o la censura impedía su visionado.

Así se iba forjando la labor periodística de Jesús Ordovás. Aparecen sus primeras colaboraciones en revistas como Disco expres y Triunfo, a las que envía crónicas de directos, reportajes y críticas de muchos álbumes que aún no llegaban por aquí. Esto le sirve para obtener unos ingresos que le permiten continuar viajando. Al mismo tiempo, va recibiendo encargos para escribir libros sobre Bob Dylan (1972) y Jimi Hendrix (1974), biografías publicadas por la Editorial Júcar que cosechan un notable éxito de ventas.

También se animó a cruzar el charco en 1974. Su recorrido por California fue una gran oportunidad para conocer a grupos que le interesaban, aunque poco quedaba ya del Verano del Amor que esperaba encontrar. No obstante, la estancia en ciudades como Los Ángeles o San Francisco le iban a inspirar para la gestación de otro de sus libros, El rock ácido de California (Ed. Júcar, 1975).

Pero para el aventurero no todo fue diversión y sumar conocimientos: en las páginas de El futuro ya está aquí, Ordovás recuerda situaciones desagradables como el apuñalamiento del que fue víctima en Valencia y que casi le cuesta la vida o la difícil subsistencia en el extranjero hospedándose en pensiones de mala muerte y trabajando precariamente como limpiador, embotellador en una planta de Coca-Cola, precintando cajas o descargando camiones. Este era el peaje que tenía que pagar para poder sobrevivir aunque su ingenio le salvaría en muchas ocasiones. Aprendió a trabajar el cuero, así que, cuando estuvo en la capital inglesa, además de vender muñequeras que había fabricado, consiguió un empleo en una boutique que se dedicaba a elaborar productos con este material.

Lo que se detalla hasta esas líneas, tal vez, correspondan a su faceta menos conocida; la del joven hippie que se desenvuelve en ambientes underground o el que después presenciaría las explosiones del glam rock y el punk británicos. Más reconocible será su trayectoria tras su regreso a España. Intensificó su contribución periodística, abarcando más espacios en revistas, hasta el punto de tener que utilizar seudónimos para diferenciar sus textos dentro de una misma publicación. Acudía a los lugares donde programaban conciertos y festivales, en busca de 'nuevas sensaciones' que, cada vez, eran más numerosas en el territorio nacional. Asimismo, en 1976 se incorporaba a la radio, a Onda Dos, donde pinchaba la música que le gustaba y había comprado en sus viajes, pero también las novedosas bandas que empezaban a despuntar.

Es desde entonces cuando se iniciaría la leyenda del descubridor, del amigo que apoya a los incipientes talentos y del profesional que da visibilidad a las propuestas de las formaciones de la nueva ola madrileña. El mismo que coincide con ellos en el rastro, emite sus maquetas, anuncia sus conciertos o entrevista a los primeros Burning, es jurado del Concurso Rock Villa de Madrid en el que ganan los Paracelso del Gran Wyoming y Kaka de Luxe son finalistas, o publica un amplio reportaje con las figuras más relevantes del panorama de la música en 1979. Sin embargo, nos deja con la miel en los labios, a sabiendas de que el período posterior al que trata el libro será mucho más intenso y trascendente.

Uno de los principales atractivos de El futuro ya está aquí es la reproducción de varios de los escritos de Ordovás aparecidos en revistas de aquellos años. Una misión arqueológica que recupera entrevistas con, por ejemplo, Phil Ochs, Robert Fripp y Brian Eno, Kiko Veneno o Carmen Santonja de Vainica Doble con motivo de la salida al mercado de Contracorriente (Movieplay, 1976). Además, se incluyen crónicas de actuaciones como las de Frank Zappa en Barcelona en 1974, Bruce Springsteen en Londres un año después o la de Bob Dylan en París en 1978, entre otras.

A la espera de que Jesús Ordovás decida que sus memorias de las décadas siguientes también deban ver la luz, hay que decir que El futuro ya está aquí supone un interesante documento de la historia del periodismo musical español, de la misma manera que funciona como un apasionante retrato sociológico de una época -tanto en España como lejos de sus fronteras- y en el que se ofrecen claves que permiten conocer, a grandes rasgos, cuál era la situación de la industria musical, la relación entre periodistas y el negocio discográfico, así como las carencias o las inquietudes que existían en la escena creativa del momento.

El futuro ya está aquí. Jesús Ordovás. Huerga y Fierro Editores – Colección: Los libros de Ouka Leele, 2014. 208 páginas. ISBN 978-84-942650-9-9.


Artículo publicado originalmente en la web de Papel de Periódico el 20 de marzo de 2015.

La protesta antibelicista en pijama de John Lennon y Yoko Ono

El 20 de marzo de 1969, John Lennon y Yoko Ono contraían matrimonio en Gibraltar. Aprovechando el tirón mediático, decidieron pasar su luna de miel metidos en la cama de la habitación 902 del hotel Hilton de Ámsterdam como protesta por la Guerra de Vietnam. Una performance pacífica para concienciar a la sociedad que intentaron repetir un poco más tarde en Nueva York, pero que se truncó porque a Lennon le impedían entrar en el país debido a sus antecedentes por consumo y posesión de drogas.

© Bruno Vagnini
Así que se dirigieron a las Bahamas y pernoctaron en el hotel Sheraton Oceanus. Después de una jornada de calor sofocante, optaron por abandonar el establecimiento y continuar su acción por la paz en el hotel Fairmont The Queen Elizabeth de Montreal (Canadá) durante una semana, del 26 de mayo al 1 de junio del 69. Allí, al igual que en la capital de los Países Bajos, recibían a los periodistas y a todos los curiosos a los que se les permitió la entrada. Un estudiante de fotografía de 19 años, Bruno Vagnini, consiguió acceder con un pase de prensa a la estancia en la que se alojaban John y Yoko y los inmortalizó con su cámara Nikon recién comprada.

Ahora La Térmica, el centro de creación contemporánea de la Diputación de Málaga, permite revivir ese histórico momento con la exposición John Lennon & Yoko Ono: Suite 1742 que, por primera vez en España, presenta las instantáneas tomadas por Vagnini el último día del ‘bed-in’ de Lennon y Ono en la ciudad canadiense.

© Bruno Vagnini
La muestra, organizada junto a Contemporánea, está dividida en tres apartados. En el primero, unas vitrinas exhiben distintas creaciones, objetos y documentos personales de ambos artistas. Por ejemplo, discos como Wedding album (Apple, 1969) -que incluye amplio material relacionado con el motivo principal de la exposición-, Unfinished music n.1: Two virgins (Apple, 1968) o Unfinished music n.2: Life with the lions (1969) y Electronic sound (1969) de George Harrison, los dos trabajos publicados por el sello Zapple, una subsidiaria de Apple de corta vida y con vocación experimental. También se pueden contemplar las ediciones originales de dos libros de John Lennon, In his own write (1964) y A spaniard in the works (1965), la acreditación de prensa de Bruno Vagnini, así como una pantalla en la que se emiten piezas audiovisuales de John y Yoko con, entre otros, el documental Bed peace, grabado en esa fecha, o un concierto de la Plastic Ono Band en un festival de Toronto filmado por D. A. Pennebaker. Todo ello completado con un primer bloque de siete fotografías de Andrew MacLear.

La segunda parte está ocupada por la serie de 26 instantáneas de Vagnini captadas en la suite, mientras que la tercera recrea de algún modo la esencia de aquel habitáculo con el montaje de una blanca e inmaculada cama de matrimonio, coronada por carteles con la inscripción ‘War is over!’, y sobre la que se proyecta el vídeo de Give peace a chance, canción que surgió y se grabó durante este ‘happening’.


Según cuenta Bruno Vagnini, fue la Academia de Bellas Artes de Montreal, donde cursaba sus estudios, quien le proporcionó la acreditación y, junto a un amigo, acudió al lugar del evento. Sin embargo, no estaba muy seguro de que le autorizaran fotografiar a la pareja, por eso, su equipo constaba únicamente de su cámara y un carrete de 36.

Ese día, el número de policías no era tan masivo. No obstante, sí encontraron un agente delante del ascensor, por lo que determinaron subir por las escaleras los diecisiete pisos hasta llegar a la habitación. Una vez allí, llamó a la puerta y les recibió el manager. Les invitó a pasar a la antesala y les dijo que aguardaran un instante. Durante la espera, y para dejar constancia de su presencia, aún desconfiado con la posibilidad de tomar imágenes de John y Yoko, retrató a la hija de ésta, Kyoko.

Bruno Vagnini junto a sus fotografías.
En una de ellas, Lennon le firma su cuaderno.
Foto: Gilberto Márquez.
Su sorpresa fue máxima cuando volvió el representante y les animó a entrar en la estancia. Era enorme, muy luminosa, pintada de blanco, con folletos y discos esparcidos por todos lados y las paredes repletas de eslóganes contra la guerra, sobre el amor y la paz, pegados con cintas adhesivas. Bajo un gran ventanal, sobre cuyos marcos se apoyaban libros, una taza de café, floreros y un osito de peluche, se situaba el lecho en el que yacían John Lennon y Yoko Ono tranquilamente y con mucha naturalidad, en pijama, respondiendo a las preguntas de unos jóvenes.

De esta manera, Vagnini realizó aquellas 26 famosas fotografías, aunque posteriormente no quedara demasiado satisfecho con el resultado. La posición en la que estaba la pareja, delante de la ventana, a contraluz, hicieron más difícil la ejecución de las mismas. Mas él sólo era una estudiante, ni se ganaba ni se ha ganado la vida con este arte, y tenía que compartir su afición con el trabajo de camarero en un restaurante o de diseñador gráfico en una entidad bancaria. Lo que no podía imaginar es que sus instantáneas iban a ser tan trascendentales. Había documentado un significativo acontecimiento, con el que John y Yoko incitaban a reflexionar sobre los conceptos de identidad, privacidad y espacio, desmontando prejuicios, pero sin perder de vista el objetivo primordial: un alegato pacifista que llamara la atención para acabar con las guerras. John Lennon & Yoko Ono: Suite 1742 recopila las imágenes de una reivindicación con alto contenido artístico y puede disfrutarse en La Térmica hasta el 16 de mayo.



John Lennon & Yoko Ono: Suite 1742.
Hasta el 16 de mayo de 2015.
La Térmica. Avd. de Los Guindos, 48. Málaga.
Horario: Martes a sábado: 11 a 14 y 17 a 21 hrs.
Domingos y festivos: 12 a 19’30 hrs.



Artículo publicado originalmente en la web de Papel de Periódico el 3 de febrero de 2015.

La alargada sombra de The Four Seasons


The Four Seasons, uno de esos grupos de los que no imaginas conocer tantas canciones hasta que no indagas en su discografía. Una trayectoria de cinco décadas, con algunos cambios de componentes y practicando distintos estilos musicales, que tal vez no haya sido lo suficientemente reivindicada. Pero, en los últimos años, esto se está paliando con la puesta en valor de su legado por medio de Jersey Boys, un musical estrenado en Broadway en 2005 y una adaptación cinematográfica del mismo dirigida por Clint Eastwood en 2014. Ambos, vienen a recuperar la importancia que sigue teniendo la banda desde que iniciara su andadura en los años sesenta.

Sus orígenes se remontan a 1954 en un barrio obrero de Newark, New Jersey, y al grupo The Variatones, donde coincidieron Francesco Castelluccio, más conocido como Frankie Valli, y Tommy DeVito. Ese conjunto pasaría a denominarse, un par de años después, The Four Lovers, que llegarían a incluir en las listas norteamericanas el single You’re the apple of my eyes, compuesta por el legendario Otis Blackwell. El cuarteto clásico tomó forma con el ingreso, en sustitución de los restantes miembros del grupo, de Nick Massi y Bob Gaudio, coescritor, con tan sólo 15 años, de Short shorts (1958) para los Royal Teens.

Aquellos jóvenes continuaban grabando, aunque sin recibir el reconocimiento deseado. Sería en 1960, tras ser rechazados en una prueba en la que optaban a un contrato para actuar en una bolera, cuando Valli y Gaudio decidieron dar un giro a esa situación. Intuyeron que ese episodio suponía un punto de inflexión en sus carreras y acordaron rebautizar a la banda con el nombre de dicho establecimiento: The Four Seasons.

También sería de especial relevancia para sus designios la labor del reputado compositor, productor y arreglista Bob Crewe. Después de un sencillo en Gone Records, Bermuda/Spanish lace, que pasó sin pena ni gloria en 1961, Gaudio y Crewe se sacaron de la chistera una serie de éxitos del calibre de Sherry y Big girls don’t cry, que llegaron a lo más alto del ‘Hot 100’ de Billboard en 1962, y Walk like a man, que haría lo propio un año más tarde. The Four Seasons situaban tres singles consecutivos en el n.º1; un récord hasta ese momento.

Las canciones fueron editadas por Vee-Jay, la discográfica encargada de la distribución de los primeros discos de The Beatles en Estados Unidos. A pesar de las enormes ventas que gracias a los de Liverpool obtenía, la compañía no pasaba por buenos momentos, superada por las circunstancias y por la mala gestión económica de sus propietarios. Así, los Four Seasons ficharon por el sello Phillips, con el que fabricaron notables temas como Rag doll en 1964, publicado en un 7” cuya cara B incorporaba Silence is golden, que The Tremeloes llevarían a la cima de las listas del Reino Unido en 1967. En ese mismo año, como curiosidad, los de New Jersey lanzaban C’mon Marianne. Escrita por Russell Brown y Raymond Bloodworth, su riff de guitarra serviría al guitarrista de The Doors, Robby Krieger, de inspiración para crear Touch me, perteneciente al álbum de los angelinos The soft parade (Elektra, 1969).


Al igual que The Beach Boys, con los que compartían ese exquisito gusto por las armonías vocales, The Four Seasons sobrellevaron con dignidad los efectos que en EE.UU. provocó la 'Invasión británica’, basándose en la irresistible combinación del falsete de Valli con unas preciosas melodías y unos cuidados arreglos. Sin embargo, el escenario ya no era el mismo. A mediados de la década, con la marcha de Massi, comenzaron los relevos en la formación primitiva. Mientras, la popularidad de la banda decrecía paulatinamente, sin que esto signifique que dejara de producir unas excelentes canciones que, en algunos casos, lograrían más repercusión en la interpretación de otros, y no necesariamente contemporáneos.

Eso ha ocurrido con Beggin’, creada en 1967 por Bob Gaudio y Peggy Santiglia. Escasamente valorada en su versión original, serían los británicos Timebox los que posteriormente en su país le sacaran mayor partido. Ya en 2007, con la remezcla del dj galo Pilooski y, especialmente, con la del grupo noruego de hip hop Madcon en 2008, es cuando alcanzaría una grandísima notoriedad.


Paralelamente a The Four Seasons, Frankie Valli inició su carrera en solitario. Uno de sus mayúsculos logros es Can’t take my eyes off you, tema revisado en numerosas ocasiones, que Crewe y Gaudio le confeccionaron en 1967, y con el que conquistó la segunda plaza de la clasificación de hits estadounidenses. Otro triunfo para Valli supuso Grease (1978), compuesta por Barry Gibb de Bee Gees para la banda sonora de la película del mismo nombre. Además, la voz principal de The Four Seasons también ha desarrollado una faceta de actor en cine y televisión, en la que destaca su papel de Rusty Millio en la serie Los Soprano.


Como decíamos, The Four Seasons han desarrollado diversos géneros musicales: soul, pop, doo wop, rhythm & blues y música disco. El ejemplo más destacado en este sentido es December 1963 (Oh, what a night) de 1975. Una pieza que Claude François adaptó después al francés con el título Cette année-là y de la que, en 2000, el rapero parisino Yannick hizo una versión, con cambios en la letra y renombrada como Ces soirées-là, para convertirla en un inmenso éxito en su país, Bélgica y Suiza. Esta última canción abre el musical Jersey Boys, como una especie de advertencia de que lo que se irá descubriendo a continuación es la enorme influencia ejercida por The Four Seasons, desde sus comienzos hasta la actualidad, sobre artistas de todas las generaciones.


Artículo publicado originalmente en la web de Papel de Periódico el 17 de enero de 2015.

Sex Pistols: la fuerza del punk en imágenes


Existe controversia entre quienes opinan que Sex Pistols fue un producto comercial inventado por un astuto empresario para lucrarse y los que defienden que se trató de un proyecto en el que unos jóvenes, aún sin tener la destreza necesaria, demostraron con osadía y creatividad que se podía formar una banda, hacer rock y romper con las normas preestablecidas de la industria musical. Entre, si detrás del advenimiento del punk había una base ideológica fundamentada en el Situacionismo o, si por el contrario, las circunstancias desfavorables para la juventud británica de mediados de los 70 -desempleo, huelgas, desalentadoras expectativas- fueron realmente las que provocaron el nacimiento de este movimiento contracultural.

Foto: Gilberto Márquez
Menos debate suscita que, con una breve trayectoria, Sex Pistols se haya convertido en una de las formaciones más influyentes de la historia de la música y en el estandarte de esa corriente estilística que no sólo abarcaría grupos, discos y canciones. Ya que, por ejemplo, entre la cultura punk y la moda existe una íntima vinculación. Este es uno de los aspectos fundamentales que centran la exposición ‘From sex to punk. Vivienne Westwood, Malcolm McLaren y Sex Pistols’ que por primera vez se presenta en España y que acoge La Térmica, centro de creación contemporánea de la Diputación de Málaga.

Una selección de medio centenar de fotografías, la mayoría realizadas por John Tiberi, quien fuese representante de The 101’ers –banda de Joe Strummer anterior a The Clash- y posteriormente responsable de producción de las giras de Sex Pistols. Con ellas pretende descifrar el universo que rodeaba a la banda, con imágenes promocionales, de viajes y conciertos, pero también de la vida cotidiana de sus integrantes, así como de un establecimiento de especial importancia para el desarrollo del punk: la boutique Sex.

La tienda, ubicada en el 430 de King’s Road de Londres, estaba regentada desde 1971 por Malcolm McLaren y Vivienne Westwood. Él, manager e ideólogo de Sex Pistols, y ella, una de las modistas más afamadas de las últimas décadas. Aunque con distintos nombres –Let it rock; Too fast to live, too young to die-, será a partir de 1974 cuando pase a denominarse Sex y se transforme en punto de encuentro para futuros referentes musicales como Siouxsie Sioux o Adam Ant o cuente con empleados ilustres como Chrissie Hynde de The Pretenders o el que sería bajista de nuestros protagonistas, Glen Matlock.

Sid Vicious y John Lydon. Berlín, 1977. © John Tiberi.
Asiduos de Sex eran, asimismo, los componentes de The Strand, grupo del guitarrista Steve Jones y el batería Paul Cook. McLaren y Westwood intuían que aquello que se estaba empezando a gestar no sólo podía inspirarles para sus prendas. Él se interesó en dirigirlos y, tras volver de un viaje de algunos meses por Nueva York, donde trabajó con New York Dolls y se empapó del glam, del garage rock y de la música de Iggy Pop and The Stooges o Ramones, se dedicó aún más a ese cometido con el objetivo de inculcarles lo que había conocido en Estados Unidos.

Los rebautizó como Sex Pistols y en agosto de 1975 a Jones, Cook y Matlock se les unió de vocalista un extravagante chaval de 19 años habitual de la zona. En la prueba, ataviado con una camiseta de Pink Floyd a la que había pintado “odio a” y con el pelo tintado de verde, John Lydon, al que McLaren apodó Johnny Rotten, interpretó en playback I’m eighteen de Alice Cooper mientras sonaba en la jukebox del mítico comercio. Su carisma cautivó más que su pericia frente al micro.

Las obras de Tiberi reflejan la actitud canalla y desafiante de una banda que habitó instalada en el escándalo. Sonado fue el altercado en el programa de televisión Today con el presentador Bill Grundy en diciembre de 1976. A última hora, Queen no pudieron acudir y fueron sustituidos por los miembros de Sex Pistols, que en la entrevista soltaron todos los insultos y barbaridades que les dio tiempo. Quejas de la audiencia, Grundy despedido y los tabloides abriendo al día siguiente con titulares al estilo del célebre ‘The filth and the fury’ (‘La mugre y la furia’). Una inmejorable publicidad para situarse en el centro de la opinión pública del país.


Cuando ocurrió este incidente ya estaba en la calle su single de debut, Anarchy in the UK, con una portada impactante, totalmente negra y sin palabra alguna. De esta manera iniciaban una serie de composiciones polémicas que abrazaban la crítica social y la sátira política para indignación de las mentes más conservadoras. Como God save the Queen, editada coincidiendo con el 25 aniversario de la llegada al trono de Isabel II y que, el mismo día del acto, intentaron tocar en un barco sobre el río Támesis, cerca del Palacio de Westminster. Pero el experimento acabó con peleas, disturbios y detenciones. Incluso se le vetó el nº1 de las listas en una extraña maniobra para no herir sensibilidades; puesto en el que aparecía I don’t want to talk about it de Rod Stewart (21 mayo 1977).

God save the Queen, 1977. © Jamie Reid.
Además, en la muestra organizada por La Térmica junto a Contemporánea, encontramos piezas de Jamie Reid, compañero de McLaren en la Escuela de Arte de Croydon (Londres). Diseñador de la llamativa iconografía de la banda, realizó la cubierta de su único álbum, Never mind the bollocks, here’s the Sex Pistols (Virgin, octubre 1977) o la tipografía sobre el famoso retrato de la Reina de Inglaterra. La técnica de recortar letras de periódicos y/o revistas y pegarlas formando un texto fue originada por Helen Wellington-Lloyd con los carteles que hacía para Sex y las actuaciones del grupo; una de las principales expresiones del ‘do it yourself’ (‘hazlo tú mismo’).

El LP sufriría la censura de las emisoras de radio y las tiendas de discos, algunas de las cuales, lo comercializaron camuflando su portada por contener la palabra ‘bollocks’ (‘cojones’). Pero todo esto no hacía más que acrecentar una popularidad que ya había subido enteros desde primeros del 77 con el reemplazo de Matlock por Sid Vicious, que echaría más gasolina a la incendiaria carrera de Sex Pistols.

No menos traumática fue la relación con las discográficas -tres en poco más de dos años-, que pagaron considerables cantidades de libras por conseguir sus contratos y harían lo propio para rescindirlos. Sin embargo, lo que llamaba poderosamente la atención eran sus apariciones en directo. Siempre acompañados por sus seguidores, el ‘Bromley contingent’, con su característica impronta: ropa rota, imperdibles, cremalleras y bailando el 'pogo'. En un escaso periodo de tiempo, llegaron a presentarse en locales relevantes como el Marquee o el 100 Club, donde Tiberi quedó tan fascinado de ellos que le planteó a McLaren su incorporación como tour manager.

Sex Pistols en la Puerta de Brandeburgo, Berlín, 1977.
© John Tiberi
Sus recitales eran caóticos, provocadores y tumultuosos, como los que tuvieron lugar en la gira por U.S.A. que, sin preverlo, sería la de la disolución de la banda, en enero de 1978. Tensiones internas, problemas con los visados, cancelaciones, trifulcas con espectadores… hasta que Johnny Rotten, dirigiéndose al público del Winterland Ballroom de San Francisco (California), pronunció aquello de “¿alguna vez os habéis sentido engañados?”.

From Sex to punk’ se completa con instantáneas de Barry Plummer, imágenes de la película The great rock ‘n’ roll swindle (1980), filmada por Julien Temple con dirección fotográfica de Tiberi; diferentes vídeos y documentales y una banda sonora creada para la ocasión por Paul Cook. Ésta incluye temas de los discos que sonaban en Sex y algunos de los que precedían a los conciertos de Sex Pistols, entre los que se encuentran artistas como Flamin’ Groovies, Screamin’Jay Hawkins o The Troggs, y que se estrenó durante la inauguración de una exposición a la que acudieron, entre otros, John Tiberi para ofrecer una charla sobre aquella época, y Silvia Superstar, que obsequió al respetable una sesión musical a los platos.


From sex to punk. Vivienne Westwood, Malcolm McLaren y Sex Pistols.
Hasta el 9 de enero de 2015.
La Térmica. Avd. de Los Guindos, 48. Málaga.
Horario: Martes a sábado: 11 a 14 y 17 a 21 hrs.
Domingos y festivos: 12 a 19’30 hrs.


Artículo publicado originalmente en la web de Papel de Periódico el 7 de noviembre de 2014.

‘Fabiografía’ de Mario Vaquerizo


Casi una década tardó Mario Vaquerizo en convencer a Fabio de Miguel para que accediera a contarle sus vivencias y le autorizase a plasmarlas en un libro. Tras descartar la idea de recopilar los testimonios del círculo más cercano al polifacético artista, el periodista y cantante de las Nancys Rubias consideró finalmente que era el propio protagonista el que podía aportarle los datos más interesantes para este cometido. Así, la clasificación y organización de las más de sesenta horas de grabaciones y encuentros entre ambos a lo largo de año y medio, han dado como resultado esta Fabiografía, las memorias narradas en primera persona por uno de los creadores más fascinantes e imprevisibles del panorama nacional.

Juan Gatti ha sido el autor de la portada de Fabiografía.
Las páginas de Fabiografía no sólo recorren cronológicamente la vida de Fabio, quien ya desde su infancia mostraba un carácter fuerte y extrovertido, sino que también detallan historias y anécdotas, muchas de ellas inéditas, de amigos y compañeros trascendentales para él, como Tino Casal, Miguel Ángel Arenas ‘Capi’, Bernardo Bonezzi o los integrantes de Kaka de Luxe. Especial atención merecen los pintores Enrique Naya y Juan Carrero, las Costus, cuya casa de la madrileña calle de La Palma, en Malasaña, se convirtió en una especie de Factory ‘warholiana’ y centro de operaciones de las mentes inquietas de la Movida. Allí, McNamara daba rienda suelta a su imaginación y desarrollaba una de sus pasiones desde que era un niño, la pintura, además de posar como modelo para sesiones fotográficas de Pablo Pérez-Mínguez, escribir poesías, diálogos para películas caseras e inventar letras, de las cuales, surgirían canciones más que conocidas.

Un Fabio McNamara multidisciplinar, que lo mismo formaba un dúo musical junto a Pedro Almodóvar, con quien dejó para la posteridad el LP ¡Cómo está el servicio…de señoras! (Victoria, 1983), que ejercía de presentador de los conciertos de Alaska y Los Pegamoides con su desparpajo ante el público y su facilidad de improvisación, o actuaba en algunas de las cintas del director manchego: Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), Laberinto de pasiones (1982) y ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984). 

Otros proyectos, de diferente duración, seguirían marcando su trayectoria en la música. Ahí están, entre otros, Fanny y Los + o los trabajos en compañía de Luis Miguélez, por ejemplo, en los álbumes A tutti plein (Manzana, 1995) y el cada vez más reivindicado Rockstation (Tacones Altos, 2001). A partir de aquí, su interés decae, cansado de la industria y todo lo que rodea al negocio discográfico. Ya no disfrutaba con el rol de rockstar y decide abandonar esta actividad, aunque posteriormente continuaran apareciendo referencias editadas como Fabio & Glitter Klinik, Sarassas Music y colaboraciones puntuales, pero con las que ya no ofrece ni actuaciones ni realiza actos de promoción.

En la biografía de McNamara, asimismo, están muy presentes sus malas experiencias con las drogas. Los abusos durante años, las explosivas mezclas con alcohol y medicamentos o períodos de mala alimentación por su obsesión con la delgadez, perjudicaron su producción artística o motivaron el final de distintas iniciativas pero, sobre todo, estuvieron a punto de acabar con su existencia. Sin embargo, desde 2002, Fabio lleva una vida más ordenada, similar a un retiro místico, abrazado a la fe religiosa y con una plena dedicación pictórica. Espíritu libre, siempre ha hecho lo que ha querido y cuando le ha apetecido, de ahí que optara por alejarse de los escenarios, centrarse en pintar sus cuadros y no tener que proporcionar explicaciones a nadie. Y es que su carrera en las artes plásticas, con altibajos, ha permanecido durante todas sus etapas vitales, desde que expusiera sus obras en la Galería Fernando Vijande en 1981, con motivo de la muestra colectiva El Chochonismo ilustrado, pasando por la participación en ARCO en 1983 o su gran exposición individual organizada por su añorada Blanca Sánchez en 1993, hasta nuestros días, en los que acapara la mayoría de sus esfuerzos.

No obstante, el texto confeccionado por Vaquerizo adolece, por momentos, de cierto caos narrativo. El estilo directo utilizado y las impresiones recabadas sin intermediarios hacen que Fabiografía refleje fielmente la personalidad de Fabio de Miguel, con un lenguaje cercano, coloquial y rebosante de sentido del humor; muy divertido. Pero en su contra, diremos que esta naturalidad provoca divagaciones en cuestiones algo banales que restan espacio para otros posibles pasajes biográficos, como su empeño por las abundantes descripciones de las indumentarias que vestía en cada situación. Aún así, estamos ante un documento atractivo y necesario que viene a completar un capítulo más de la bibliografía publicada sobre la Movida, en esta ocasión, sobre uno de sus personajes más queridos e influyentes, a la vez que funciona como radiografía de la sociedad en una época concreta de este país.

Fabiografía. Mario Vaquerizo. Editorial Espasa. Barcelona, 2014. 288 páginas.  ISBN: 978-84-670-3649-7


Artículo publicado originalmente en la web de Papel de Periódico el 17 de octubre de 2014.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Homenajeando a Los Gritos


Los Gritos fue uno de los grupos surgidos durante la época dorada de aquella Costa del Sol inmersa en una explosión turística y de modernidad sin parangón en la España de los años 60. Su trayectoria fue corta, pero intensa, dejando grandes canciones pop con reminiscencias del soul y a las que introdujeron elementos propios de la psicodelia, de la misma manera que se reflejaron en las portadas de sus discos y en sus vestimentas. No obstante, otras no han sobrevivido tan bien al transcurso de las décadas, en muchos casos, por los caprichos de unas discográficas que en tiempos de bonanza hacían y deshacían a su antojo sin contar con la opinión de los músicos. Tenían numerosos fans, aparecieron en el cine y en programas de televisión, ocuparon portadas de revistas y triunfaron en distintos certámenes musicales. Pero circunstancias externas, tensiones en el seno de la banda y, por qué no decirlo, una pizca de mala suerte, supusieron el final de la experiencia colectiva para estos, por entonces, jovencísimos talentos de la escena yé-yé hispana.

Fotos: guateque.net
Dos de sus integrantes, José ‘Pepín’ Sierra y Francisco Doblas, habían creado en Fuengirola, junto a otros tres compañeros, Los Haltrons, conjunto con el que mostraban sus habilidades a la guitarra por los locales y salas de fiestas de la zona. Allí conocieron a un músico y compositor alicantino que se desplazó a Málaga para realizar sus estudios y que había ejercido ya de vocalista en otras bandas, Manolo Galván. Él se encargaría del bajo y, posteriormente, también de la voz, y su amigo José Ramón Moreno ‘Timmy’ de la batería para, juntos, fundar Los Gritos en 1967. En un principio contaban además con un cantante llamado More que, sin embargo, tras no creer demasiado en las posibilidades económicas de la aventura, abandona, quedando la formación original definitivamente en cuarteto.

Después de ese verano, con la llegada de la temporada baja de turistas a la zona, actuaron durante unos meses en Granada y decidieron dar el salto a Madrid. No hubo fortuna, aunque sí lograron mayor rodaje. Galván se quedó en la capital para tocar con Los Sonor hasta que, a su regreso, coinciden los cuatro en Torremolinos. Mientras, en su camino se les cruza Ignacio Medina, futuro manager y figura importante para sus carreras, que les consigue un contrato con Belter, la compañía discográfica de Barcelona donde grabaron sus singles y su único LP.

En julio de 1968 se presentan -y ganan- en el X Festival Español de la Canción de Benidorm con la interpretación de La vida sigue igual, un tema de un todavía desconocido Julio Iglesias que se llevaría el premio, en este caso, al mejor compositor. Esto significó un espaldarazo decisivo para su progresión. Escalaron hasta las posiciones más altas de las listas de ventas y su popularidad no hacía más que crecer, al igual que sus recitales por todo el país. Y no sería el único reconocimiento que obtendrían. Poco después eran segundos en el I Festival Internacional de la Canción de Málaga con Vuelvo a mi tierra, que daría paso a otros galardones en Barcelona, Guadix (Granada) y el tercer puesto en el V Festival del Atlántico celebrado en el Puerto de la Cruz (Tenerife) en abril de 1970, defendido con Sentado en la estación.


Su repercusión fue tal que les propusieron intervenir en la película Abuelo made in Spain (1969), dirigida por Pedro Lazaga y protagonizada por Paco Martínez Soria, en la que aparece una de sus piezas más reconocidas, Veo visiones. Asimismo, sus temas Cuidado con las señoras y Tuset street suenan en las cintas de homónimo título en las que José Luís López Vázquez y Sara Montiel, respectivamente, desempeñan los papeles principales.

Cartel del evento.
Perfil oficial de Twitter de la banda @_LosGritos_
A mediados de 1970, Antonio Rueda ‘el Bigote’ sustituye a ‘Pepín’ Sierra, que se encontraba cumpliendo con el servicio militar. Sin embargo, tras licenciarse y formar una familia, deja la banda. Para colmo, alguien ajeno a la formación registra el nombre de Los Gritos y requiere parte de los beneficios de los derechos de autor de las canciones. Estos problemas legales les hicieron replantear el proyecto y rebautizarse como La Zarzamora, emprendiendo una nueva etapa bajo la producción de Juan Pardo. Pero a finales de año, Galván se marcha e inicia su periplo profesional en solitario, de gran éxito en Argentina, donde fijó su residencia. Por su parte, Doblas cambió la guitarra eléctrica por la clásica y continúa en activo, como ‘Timmy’, que tras la disolución se unió al grupo Juanita Rivero y Terra.

Ahora, serán merecidamente homenajeados en un concierto que tendrá lugar en el Auditorio Palacio de la Paz de Fuengirola el 10 de octubre y que también servirá para recordar a los dos componentes de Los Gritos fallecidos, Manolo Galván y ‘Pepín’ Sierra. Organizado por Javier Ojeda (Danza Invisible) y el guitarrista y bajista Oliver Sierra (hijo de Pepín Sierra), contará con una banda de excelentes músicos e invitados de prestigio como Paco Doblas, ‘Timmy’ y Antonio ‘el Bigote’, LaMari (Chambao), Adolfo Rodríguez (Los Íberos y Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán), Los Ángeles, Sean Frutos (Second), Nita y Álex (Fuel Fandango), Lito, Pepe Trueno (Supersónicos, Caradefuego) y muchos más que rememorarán los momentos más entrañables de la discografía de los malagueños en ‘Los Gritos: pop made in Spain’ (Así se llama el capítulo del libro escrito por Javier Ojeda sobre el pop malagueño en el que detalla la historia de Los Gritos y del que se han extraído datos biográficos. Ojeda Martos, Javier. Una historia del pop malagueño 1960-2009. Excmo. Ayuntamiento de Málaga. Área de Cultura, 2010).


Artículo publicado originalmente en la web de Papel de Periódico el 19 de septiembre de 2014.

Néctar y la Naranja Mecánica


Sólo por el cuidado formato en el que viene presentado el primer álbum de Néctar -el último proyecto en el que participó Germán Coppini-, resulta más que apetecible: un LP naranja de 180 gr., acompañado de un CD cuya ‘galleta’ simula los microsurcos de un vinilo y que contiene todas las canciones más dos temas extra; además de un libreto con las letras, fotografías de Miguel Ángel Sánchez, Beni García y Gonzalo Fernández –autor de la imagen de la portada-, y textos de los componentes del grupo, Elvira Reig –esposa de Germán-, Antonio Marín Albalate y Pablo Lacárcel, director del sello que publica el disco, Lemuria Music.

Foto: lemuriamusic.com
Pero lo más interesante, sin duda, es su música. Un álbum de rock, en la acepción más clásica del género que, aún sonando fresco y actual, tiene marcadas reminiscencias de los años 80 y 90, a la vez que coquetea con diversos estilos musicales.

Grabado en los Estudios Ática de Málaga, algunos de sus doce cortes son auténticos pildorazos repletos de energía, como Tiempo de perder, en la que, entre los potentes riffs de guitarra de Sergio Muela y el bajo martilleante de Juan Tomás, hay lugar para desprenderse de la rabia contenida por la hipocresía de la sociedad, “Con tanto fantasma suelto / no queda espacio para respirar”; una pieza que, asimismo, cuenta con una versión extendida en el CD. Siguiendo esta estela se sitúa Desde tu ventana, que refleja la atracción por esa mujer casi inalcanzable, o Jugando al invitado, con un comienzo inquietante y atmosférico que recuerda a las típicas composiciones de la corriente post punk, construida a base de teclados y percusión, y que continúa con elegantes variaciones de ritmos para desembocar, antes de la estrofa final, en un pasaje instrumental realmente trepidante.

Aunque también se suceden momentos más sosegados, como en Sin corazón, con un inicio que nos transporta a la tradición del rock sureño, Con la música a otra parte, Desnudos al sol o Ninguna señal, donde las guitarras, y la batería de Antonio Sierra, escoltan a un Coppini con una voz muy versátil, amoldándose perfectamente a la melodía. Ésta será una constante en todo el disco. No obstante, el propio Germán manifestaba que estaba en su mejor momento vocal, algo que podemos corroborar en cuanto la aguja del plato reproductor empieza a deslizarse por los surcos del 12”.

Foto: Miguel Ángel Sánchez
Los miembros de Néctar siempre se han declarado grandes admiradores de las creaciones musicales de Coppini. Así que, no es de extrañar que esta influencia esté muy presente en el álbum. Por eso, muchos de estos temas nos traen a la memoria trabajos de su trayectoria en solitario como América herida (Lemuria, 2013) o Carabás (Nuevos Medios, 1996), o de cualquiera de los de Golpes Bajos. Por ejemplo, La noche, con ese tenue teclado a cargo de Andrés González, de subyugantes notas, recupera ese halo de misterio que evoca Devocionario (Nuevos Medios, 1985). Una composición desgarradora que simboliza un ambiente pesado y etéreo hasta que entran en escena los arreglos y distorsiones al más puro estilo del grunge de Seattle.

Bien es cierto que la mayoría de las canciones están interpretadas por Germán Coppini, sin embargo, tres de ellas corren a cargo de Andrés, quien demuestra sus habilidades vocales en Rebelde sin fe, Invadidos –un corte reivindicativo y de protesta con aires de blues- y en una toma alternativa de Desnudos al sol, incluido como bonus track.

El debut discográfico de Néctar cuenta con una magnífica producción, que se traduce en un espléndido sonido, y unas ingeniosas letras que no le van a la zaga. Muy variadas en cuanto a su temática, resultan muy inspiradas en Entender, “Se cuela la noche y empieza a llover / mientras me voy transformando / en lo que quiero ser. / Hoy se cerró la oficina / me pierdo en la lluvia / buscando otra piel. / Preso de una doble vida / camino al revés”; o en la emocionante Pájaros, “Aposté por la aventura / siete vidas tengo que recuperar. / Solo supe vivir una / quedan seis para pensar. (…) Tengo la cabeza / llenita de pájaros / y de vez en cuando / los echo a volar”.


Utilizando un símil futbolístico, la obra de Néctar se asemeja a la famosa ‘Naranja Mecánica’, aquella selección holandesa que, en la década de los 70, desplegó un juego preciosista de toque y constantes cambios de posición de unos jugadores que asumían indistintamente labores defensivas y ofensivas, acuñándose así el término ‘Fútbol total’. Y no únicamente por el color del vinilo, sino por la concepción de la banda como un todo, la especialización de cada uno en sus parcelas artísticas y la solidaridad entre ellos que hizo que Germán se sintiera tan ilusionado con esta nueva aventura.

En palabras de Lacárcel en el libreto: “(…) por desgracia va a pasar a la historia de la música por ser el disco póstumo de Coppini, que no el último (…)”, porque, incansable trabajador, dejó muchas piezas grabadas que se planean editar en un futuro. Él ya no estará para darlas a conocer, pero a buen seguro que, mientras tanto, sus compañeros de formación defenderán y divulgarán con orgullo las canciones de este álbum.

A la venta la edición física a través de la web de Lemuria Music y en Discos Candilejas (Málaga), y en iTunes y Amazon, en digital, que también pueden escuchar en Spotify.


Artículo publicado originalmente en la web de Papel de Periódico el 22 de agosto de 2014.