El periodista granadino se sumerge en la trayectoria de un personaje tan importante para la música popular española del S.XX como olvidado en la actualidad por buena parte de la población y reconstruye los hechos más trascendentales de su vida a través de entrevistas con personas de su entorno con el objetivo de desentrañar lo que rodeó su polémica muerte
Tremenda. Una historia fascinante y un volumen minuciosamente elaborado, de trama adictiva. A la altura del individuo; no podía ser menos. Otro de esos compositores, arreglistas y directores de orquesta que se colaron en todos los hogares de los sesenta y setenta de nuestro país por la pequeña pantalla y que no han sido lo suficientemente reivindicados –Ibarbia, Algueró, Santisteban, Calderón, Gas o Waitzman-. En el caso de De los Ríos, con el agravante de que tampoco recibió ningún honor cuando su cadáver aterrizó en su Argentina natal, si bien es cierto que allá no se atravesaba por un periodo políticamente plácido par recepciones fastuosas.
Tremenda. Una historia fascinante y un volumen minuciosamente elaborado, de trama adictiva. A la altura del individuo; no podía ser menos. Otro de esos compositores, arreglistas y directores de orquesta que se colaron en todos los hogares de los sesenta y setenta de nuestro país por la pequeña pantalla y que no han sido lo suficientemente reivindicados –Ibarbia, Algueró, Santisteban, Calderón, Gas o Waitzman-. En el caso de De los Ríos, con el agravante de que tampoco recibió ningún honor cuando su cadáver aterrizó en su Argentina natal, si bien es cierto que allá no se atravesaba por un periodo políticamente plácido par recepciones fastuosas.
Después de la publicación de varias obras sobre gastronomía, relatos, premiadas novelas y un libro de memorias de la actriz y modelo Amparo Muñoz, Miguel Fernández se adentra ahora en la semblanza de Oswaldo Nicolás Ferraro Gutiérrez, Desafiando al olvido. Conocido artísticamente como Waldo de los Ríos, fue uno de los artífices, junto a Rafael Trabucchelli y Mike Llewellyn Jones, del llamado sonido Torrelaguna, tan característico de la compañía Hispavox, pero, sobre todo, será recordado por ser la figura que acercó los clásicos al pueblo llano. Aunque, tras este hilo conductor, el periodista lo que ha querido desarrollar es un homenaje a su difunto padre mediante la recuperación de las canciones de su infancia, ya que esta misión, asegura, le ayudará a superar el dolor.
A la hora de trenzar esta trepidante y preciosista narración, el autor toma como partida las diligencias judiciales y los datos clave del informe remitido al juez sobre el óbito, adoptando un papel al más puro estilo detectivesco para rehacer con precisión quirúrgica los instantes anteriores al fatídico desenlace de la madrugada del 28 de marzo de 1977. Alrededor de esas descripciones va cosiendo un traje a medida, tirando de los hilos de varias madejas que se intercalan en el relato, como son las de los familiares, compañeros de profesión, artistas, amigos y otros agentes relacionados con la existencia del músico de las eternas gafas de pasta cuadradas. Esos nobles materiales le sirven a Fernández para ir añadiendo personajes a los que introducirá poco a poco en la acción, estructurada ésta en capítulos que son acompañados por una banda sonora de piezas ilustrativas de cada escenario planteado y cuyo colofón se asemeja al de una tragedia griega.
Fruto de una labor de documentación y redacción de tres años, Desafiando al olvido se ha edificado a través de numerosos encuentros con diferentes protagonistas en las más diversas localizaciones. Hay que recalcar que el grueso del legado del compositor argentino no se conserva. A muchas de sus partituras, grabaciones, objetos o recuerdos se les ha perdido la pista; incluso sus discos de oro fueron robados, así que sólo se puede consultar su parte más musical en la sede de la SGAE. Porque la información que circula por la red tampoco es muy exhaustiva. Por tanto, el escritor no ha escatimado en viajes e indagaciones sobre la vida de Waldo. Ha mantenido entrevistas en Sevilla, Madrid, Ibiza o Barcelona, entre otras ciudades, y ha visitado Buenos Aires para conocer la calle Puan del barrio de Caballito donde De los Ríos pasó su disciplinada niñez, el conservatorio en el que comenzó a formarse académicamente o el cementerio de la Chacarita, lugar de descanso de sus restos, al lado de los del ‘polaco’ Goyeneche. Igualmente, en estas líneas se recuerdan sus primeros reconocimientos trabajando para la Columbia norteamericana y se analiza e interpreta su contexto personal, condicionado por la ausencia paterna y la fuerte influencia de dos mujeres: su posesiva y autoritaria madre, Martha de los Ríos, y su esposa, la actriz, escritora y periodista uruguaya Isabel Pisano.
Varias circunstancias propician la llegada de Waldo de los Ríos a España a finales de 1962, donde se sucederán las exitosas orquestaciones con las que relanza a intérpretes de la época. Desde las iniciales con Alberto Cortez o las posteriores con Mari Trini, pasando por el pelotazo de La yenka (Johnny & Charley, 1965), hasta La canción del tamborilero (Raphael, 1965), Corazón contento (Marisol, 1968), Las flechas del amor (Karina, 1969), María Isabel (Los Payos, 1969) o Soy rebelde (Jeanette, 1971). Asimismo, fue una etapa fructífera en sintonías para televisión -Historias para no dormir (1966-1982) o Curro Jiménez (1976-1978)-, anuncios y bandas sonoras -A 45 revoluciones por minuto (Pedro Lazaga, 1969) o La residencia (Chicho Ibáñez Serrador, 1969). Mientras, también tuvo tiempo para formar el quinteto Los Waldos, que fueron contratados como grupo estable para animar las jornadas estivales del mítico hotel Pez Espada de Torremolinos. Sin embargo, los réditos que obtenía gracias a esta faceta de arreglista para píldoras pop de fácil consumo -a veces, bajo el seudónimo de Frank Ferrar- le atormentaba porque su interés radicaba en dedicarse a la composición de una música más seria y respetada.
No obstante, aparte de notables álbumes -Sinfonías (1970), Mozartmanía (1971)-, su mayor hito sería la adaptación del último movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven para la creación del Himno a la alegría al que Miguel Ríos pondría voz con enorme repercusión, alcanzando los primeros puestos de las listas de ventas de varios países, sobre todo, a partir de su traslación al inglés y su edición en Estados Unidos en 1970. En el texto se detallan todos los pormenores de la gestación de la criatura y del resultado de -no lo olvidemos- tan arriesgada apuesta para ese momento, tanto por su coste como por la respuesta que pudiera ofrecer la crítica más conservadora. Sin embargo, hasta George Martin, productor de The Beatles, le felicitó, y Stanley Kubrick le pidió que aportara su talento sonoro a La naranja mecánica (1971), si bien la colaboración no se llegó a consumar.
Esta crónica vital y profesional de Waldo de los Ríos igualmente funciona como un fresco de la realidad social y económica de aquella España, en unos años de bonanza consumista que incluyó un boom de la industria del disco, potenciada por la difusión de los medios de comunicación. No obstante, la actividad del genio sudamericano iría perdiendo fuelle desde 1973, lo que le instaló en una vorágine de inseguridades y preocupaciones por el dinero a las que se sumaron su inestabilidad matrimonial o sus adicciones a los fármacos, al alcohol y a las dietas milagro que afectaron a su comportamiento hasta desembocar en una depresión. Por esas fechas también salía mucho por las noches y frecuentaba ambientes gais. Además, cayó profundamente enamorado de un joven, Juan, del que se transcribe el humillante interrogatorio que tuvo que padecer tras el fallecimiento de Waldo en la antigua Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol. Hay que recordar que aún estaba en vigor la Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social. Y como suele ser habitual, la prensa amarillista no dejaría escapar la oportunidad de incidir, por encima de otros aspectos, en la homosexualidad de De los Ríos.
Aquella noche de lunes de marzo de 1977 Waldo fue encontrado moribundo sobre una cama de la habitación de invitados de su mansión El Olivar, en la madrileña urbanización del parque Conde de Orgaz. Próximo a su cuerpo se hallaron una escopeta, varias fotografías, casetes que reproducían las voces de un hombre y de su progenitora y una cámara de vídeo. Fue conducido al hospital de La Paz, en el que expiró poco después de su ingreso. La investigación concluyó que se había tratado de un suicidio por disparo, aunque sus seres queridos lo pusieron en duda. Entonces, ¿qué hubo detrás de su muerte?
Desafiando al olvido: Waldo de los Ríos. La biografía. Miguel Fernández. Roca Editorial. Barcelona, 2020. 367 páginas. ISBN: 978-84-18014-44-4.
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