Chris Stewart fue fugaz
batería en los comienzos de la banda británica y alcanzó el éxito literario a
finales de los noventa con la publicación de su primera obra, Entre limones,
basada en las vivencias como residente en una remota finca de Órgiva (Granada).
Hace ya más de tres decenios
que Chris Stewart decidió instalarse junto a su mujer, Annie, en un lugar recóndito
e idílico que le enamoró. Su atracción por España le había llevado en 1972 a
viajar a Sevilla con el propósito de aprender a tocar la guitarra. Pero no era
lo suyo. Conocedor de algunas otras zonas de Andalucía, sin embargo, optó por
quedarse en La Alpujarra, fascinado por la lectura de Al sur de Granada
(1957) del hispanista Gerald Brenan.
Chris Stewart en la Casa Gerald Brenan de Churriana (Málaga) en 2014. Foto: Gilberto Márquez. |
Lo hizo, concretamente, en un cortijo llamado El Valero, situado junto al río Guadalfeo, a varios kilómetros de la población a la que pertenece, Órgiva, en unos terrenos con altas probabilidades de inundación y, por tanto, de incomunicación. Ahora han cambiado muchas cosas, pero entonces, no disponían ni de agua corriente ni de electricidad. Stewart y su esposa se afanaron en acondicionar con sus propias manos y escasos medios aquel hogar, en el que, además, nacería su hija, Chloe. Trabajaron con ahínco la tierra y criaron animales para su venta. Unas actividades que les ayudaron a autoabastecerse en un elevado porcentaje y contribuyeron a la economía familiar durante mucho tiempo.
Un buen día, unos amigos
editores, entusiasmados por su forma de vida en el campo, le propusieron contar
su experiencia en un libro. Stewart comenzó a narrar sus quehaceres cotidianos,
a retratar el ambiente que le rodeaba y a plasmarlos sobre el papel. Animado,
continuó y, poco a poco, dio forma a Driving over lemons: An optimist in
Andalucía (Sort of books, 1999), cuya publicación en castellano apareció
posteriormente como Entre limones: historia de un optimista (Almuzara, 2006).
El resultado, una enorme cifra de ejemplares vendidos y un efecto llamada para numerosos
foráneos aventureros que se han asentado en la región. Después vendrían otros cuatro
títulos más.
A los 48 años había
descubierto su don. Y bien que probó con muchos y dispares oficios antes de
convertirse en escritor de éxito: percusionista en un circo, granjero, redactor
de una guía de viaje en China, marinero, piloto de aviación y, su principal
fuente de ingresos, esquilador itinerante de ovejas. No obstante, cuando salió
su ópera prima, la editorial, a modo de estrategia para destacar entre el
maremágnum de lanzamientos, determinó incluir en la solapa que Stewart tocó las
baquetas en los inicios de Genesis. Hasta ese momento, poco se sabía de esta faceta
suya, si bien el año anterior recibía la invitación y acudía a la fiesta de
celebración del 30ª aniversario del grupo, que se desarrolló en un exclusivo
local del Soho londinense.
El combo británico surgió del
elitista colegio Charterhouse de Godalming, en Surrey. Allí se crearon otras formaciones
como Anon, en la que militaban Anthony Phillips y Mike Rutherford, o Garden
Wall, que contaba en sus filas con Tony Banks, Peter Gabriel y Chris Stewart.
En 1967, bajo el liderazgo del productor Jonathan King, estos cinco colegas de
clase se unieron para configurar Genesis. Stewart sólo participó en la
grabación del single de debut, Te silent sun / That’s me, y en la del
segundo, A winter’s tale / One eyed hound, ambos de febrero de 1968 en
el sello Decca. Pero poco después lo echaron y él, con mucho humor y
sinceridad, reconoce que fue porque “tocaba fatal”. En marzo llegó el primer
LP, From Genesis to revelation (Decca, 1968), de exigua repercusión. Hubo
que esperar a octubre de 1970, ya con el sello Charisma y el álbum Trespass,
para que se vislumbrara el despegue.
Más tarde, y tras algunos
cambios en el puesto de Stewart, se afianzaría Phil Collins y, como suele
decirse, el resto es historia. Una historia de la que nuestro protagonista no
estuvo muy al tanto, ya que admite que no volvió a tener relación con sus
excompañeros y que no escuchaba su música “por pura mala leche”, porque lo
consideraba un grupo de pijos, aunque confiesa que últimamente se ha detenido
en sus canciones y le gustan. Aun así, se alegra de cómo se han sucedido los
acontecimientos. Sin abandonar su fina ironía, Cristóbal El Inglés, como le
conocen sus vecinos, sostiene que prefiere ser un guiri feliz en La Alpujarra
que una estrella del rock.
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