sábado, 26 de enero de 2019

Gabacho Maroc, conexión transfronteriza

'Tawassol' es el segundo disco de esta formación internacional que se caracteriza por la fusión de distintos sonidos de origen africano con el jazz.

"Me parece muy justo identificar a la banda como afro-mediterráneo-marroquí". Son palabras de nuestro interlocutor, Vincent Thomas, batería de Gabacho Maroc. "Sí, porque en ella está presente la tradición africana, el Mediterráneo está representado por la influencia llegada desde Irak, Egipto, Siria. También nuestra aventura junto a [el saxofonista y cantaor gaditano] Antonio Lizana con el flamenco o el uso del laúd... Y Marruecos, por estilos como el chaabi y el gnawa. 

Con el primero se refiere a la variante marroquí de esta música popular del norte de África, que mezcla el folclore rural y el urbano y suele interpretarse en espacios públicos y celebraciones. Tiene un ritmo especial con un compás de 12/8 nada convencional en Occidente y las melodías son tocadas con instrumentos como el violín o la mandolina, sonidos que Gabacho Maroc adaptan con el saxofón; mientras que el segundo proviene de la tradición cultural de los esclavos subsaharianos que fueron trasladados a distintos países del Magreb, principalmente Marruecos y Argelia. Del mismo modo, es el estilo musical que éstos practicaban y que ha trascendido hasta nuestros días, con un gran componente espiritual, que se interpreta mediante cantos, bailes y con instrumentos como el gimbri (una especie de bajo de 3 cuerdas) y las qarqabas (castañuelas de metal), con el fin de llegar al trance.

De esta manera, Thomas nos aportaba una definición más que acertada de lo que apreciaremos al escuchar a esta formación integrada por cinco músicos franceses, dos marroquíes y un argelino. De hecho, la portada y contraportada de su reciente larga duración hace hincapié en este concepto de multiculturalidad, al plasmar de una forma u otra los lugares donde han actuado. En el arte gráfico de Tawassol, que se traduce por conexión en árabe, se exhiben iconos como la pirámide del Louvre, un frontón de pelota vasca, la Torre CN de Toronto, el Taj Mahal o el puerto de Esauira.

Precisamente esta ciudad de la costa atlántica marroquí tiene una importancia esencial en el origen fundacional del grupo. Al Festival Gnawa y Músicas del Mundo que anualmente por el mes de junio se celebra allí, acudió en varias ediciones Thomas con compañeros del conservatorio superior de jazz de San Sebastián para enamorarse de los sonidos marroquíes y empezar a gestar la idea de mezclar el jazz que practicaba con su banda Gabacho Connection y el folclore musical del Magreb.

Tras esta reveladora experiencia, en un nuevo viaje a Marruecos, coincide con varios músicos locales en El-Yadida y, al poco tiempo, inician su colaboración con ensayos y algunos recitales que reciben notable aceptación, hasta que surge la posibilidad de formar el grupo. "Lo creamos por cuatro razones básicamente: una, para disponer de más fechas para actuar, al ofrecer una propuesta más original a los festivales; dos, porque nos gusta bastante esta música; tres, es muy pasional, con mucho cante y baile. Y cuatro, porque supone un enorme reto interpretar estos ritmos tan difíciles", se sincera Vincent.

Alcanzando el trance. Foto: Gilberto Márquez
Después de año y medio tocando y ofreciendo conciertos juntos, se toparon con un gran inconveniente a la hora de organizar giras internacionales. Aunque poseían la totalidad de la documentación, el consulado español no otorgó los visados a los artistas marroquíes. Así que, se vieron obligados a contactar rápidamente con otros músicos del país pero, esta vez, residentes en Europa, para evitar dificultades en los desplazamientos y poder cumplir con sus compromisos por los escenarios. Nacía definitivamente Gabacho Maroconnection, publicando Bissara en 2014, si bien en este último trabajo han acortado su nombre. El resultado: tres álbumes con tres denominaciones diferentes y, apunta jocoso Thomas, "para el cuarto buscaremos otro distinto".

Durante las próximas fechas, Gabacho Maroc serán unos habituales de festivales y salas de cualquier punto del globo para presentar este Tawassol, un álbum rico estilísticamente, en el que encontramos un chaabi con pinceladas de rap como es Bouderbala; una adaptación al jazz de un tradicional gnawa, Mamariou; los ecos jamaicanos de Laabid o la balada Desertum, en la que colabora poniendo su voz la chilena Pascuala Ilabaca y toca la flauta Ermanno Panta.

Una pluralidad manifiesta, asimismo, en las temáticas de las canciones. De esta forma, se denuncian las desigualdades y las injusticias en la animada Baraka o se invita a sonreir en la optimista Btassem -con la aportación de la alboka del vasco Mixel Ducau-, además de hacer un llamamiento, en diversos idiomas, por la paz, que es lo que significa Dara; un tema que cuenta con los teclados de Jean Philippe Rykiel, quien fuera arreglista de Salif Keita y que ha acompañado a estrellas del calibre de Youssou N'Dour. Tal vez en Bissara había mayor presencia del jazz que en este LP, donde, en contraposición, predominan los instrumentos de cuerda como el gimbri o el gnoni, pero la potente sección de viento y la abundancia de percusión nos recuerdan que dicho género continúa muy vivo en sus planteamientos estéticos, constatable, sobre todo, en Amara Moussaoui, en el que dan rienda suelta a su virtuosismo técnico.



Artículo publicado originalmente en la web de Papel de Periódico el 1 de junio de 2018.

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